Con poca sal, por favor!
La recomendación de la Organización Mundial de la Salud para la población general es limitar el
consumo de sal a menos de 5 gramos al día. Esto incluye la sal del salero, la evidente, y la sal oculta
en los alimentos. Para hacernos una idea de lo que son 5 gramos: menos de un sobre de azúcar (que
suelen ser unos 7 gramos). ¿Nos pasamos? Casi que sí…
El problema surge a la hora de interpretar la etiqueta nutricional de los alimentos, donde normalmente
se detallan los mg de sodio. El 40% de la sal que utilizamos para cocinar es sodio, por lo que la ingesta
debería ser no superior a los 2000 mg de sodio al día. Por lo tanto, hay que sumar lo evidente y las
etiquetas. En este sentido, especial cuidado debemos de tener con los alimentos procesados:
embutidos, conservas, anchoas, latas, pan, sopas de sobre, salsas, productos congelados, patatas fritas,
queso, pizzas, cereales,…
¿Pero por qué tiene tan mala prensa la sal? Porque aumenta la presión arterial, con lo que aumenta el
riesgo de desarrollar hipertensión arterial y enfermedades cardiovasculares derivadas.
Estrictamente no engorda porque no tiene kilocalorías, pero sí retiene líquidos, lo cual es
tremendamente contraproducente en casos de insuficiencia hepática, renal o cardiaca.
Ya hace años la dieta DASH puso de manifiesto los beneficios de limitar el contenido dietético en sal
sobre la presión arterial. Este régimen además contempla el consumo de verduras, frutas y productos
lácteos bajos en grasa (que puede traducirse como potasio, calcio, magnesio, fibra y proteínas de origen vegetal).
En resumen, mucho beneficio por acostumbrarse a que te llamen soso.